No hacía ni diez minutos que había llegado del trabajo, eran como las seis, me había quitado
las sandalias, andaba medio desnuda por casa para darme una ducha, cuando sonó un
mensaje del móvil. Lo miré, más que nada porque lo tenía al lado, no suelo tener tanta prisa.
“A las 19:30 llego a Atocha, ¿te apetece tomar algo?” Mi corazón comenzó a palpitar con
fuerza, incluso reconozco que me puse nerviosa. “Al final se va a presentar en Madrid”. Lo
hacía con no se qué pretexto de trabajo, pero yo sabía que venía a verme a mí.
Dani hacía tiempo que había desaparecido de mi vida, un antiguo compañero de trabajo con
el que tuve una relación muy especial, nada de sexo ni mucho menos, ni siquiera un beso, sólo
conversaciones, largas conversaciones, alguna caricia y nuestros espíritus vibrando al unínoso.
Hace unos meses volvió a aparecer, me llamó, hablamos, incluso llegamos a quedar un día
que vino por Madrid, un encuentro en el que mi cabeza me decía una cosa y mi cuerpo otra.
Se lanzó y me besó. Yo no lo rehusé. Luego sólo algún correo, whatssup y poco más. Ahora
estaba sola en Madrid, una semana de trabajo, Pedro en la playa con los críos y un revuelo de
emociones en el horizonte. Contesté: “Iré. Dime hora y sitio”.
Me metí en la ducha. Me hacía falta, estaba sudando y acalorada. El agua refrescante fue
un bálsamo para mi cuerpo, pero no para mi corazón que estaba ardiendo. Dejé que el agua
acariciara mi piel y mis manos se deslizaron suavemente por todo mi cuerpo, mis muslos,
mi vientre, mi pubis, mi pecho. Noté mis pezones ligeramente enhiestos, me acaricié, me
pellizqué un poco, entonces dirigí el chorro de la ducha a mi vulva, note la fuerza del agua.
Era agradable. Con la mano libre me acaricié buscando el clítoris. Empecé a jadear levemente. Seguí un rato hasta que mi jadeo se tornó más fuerte y las sensaciones que experimentaba se convertían en mucho más intensas. Seguí y seguí, no podía parar, hasta que noté como una ola de placer inundaba mis entrañas y un pequeño flujo mucoso salía de mi vagina.
Dejé caer la ducha y sentí que las rodillas se me doblaban, mientras jadeaba con fuerza. Tardé
unos instantes en recuperar el control, me puse la toalla alrededor del cuerpo y salí hacia la
habitación. Miré el móvil de nuevo: “Eres fantástica. A las 19:45 en la consigna de la estación”.
Eran las 19:00, apenas me daba tiempo a arreglarme y a llegar.
Me puse un vestido de algodón por encima de la rodilla que a Pedro le encantaba, porque
según él me realzaba las tetas, que yo tenía la impresión de que eran más bien pequeñas.
Sin embargo, no me puse sujetador, que siempre rellenan un poco y parecen algo más. Me
arreglé, me pinté un poquitín, me puse las sandalias rojas de tacón y me fui a la calle. En el
espejo del ascensor me miré detenidamente. Mayor, sí, pero aún deseable. No pude evitar un
escalofrío por mi espalda al recordar a Pedro y a los niños.
Llegué a la consigna de Atocha a las 19:50, allí estaba Dani, de espaldas a mí, espalda ancha, camisa blanca, pantalón oscuro, pelo muy corto y entrado en canas. Se dio la vuelta como si me hubiera visto llegar, sonrió. Sus ojos claros me miraron con ansia, mi cuerpo se sublevó como nunca hubiera pensado. Un fuego recorrió mi estómago y mis entrañas a la vez que la versión más salvaje de mí saltaba a la luz.
Corrió hacia mí y me abrazó diciendo, estás preciosa, ¡¡ los años hacen maravillas en ti !! Cada día más bella. Me ruboricé por el comentario y por la situación. Notaba su cuerpo musculoso a mí alrededor. Estaba encendida. Me separé un poco y después de algunas frases sin más sentido le pregunté, ¿en qué hotel paras?
- Ah bueno, aún ninguno, había pensado coger cualquiera más o menos cerca de la estación. A menos que tú tengas otra idea.
Joder, será descarado el tío, directo y sin rubor. Me quedé parada un instante y la hembra libre
que salía a instantes de mí, cuando la razón no pensaba más de la cuenta, dijo de repente:
“Vente conmigo a dormir a casa, hay camas de sobra”. Dije de repente, recreando la famosa
frase de Cortazar.
- ¿No te importa de verdad? ¿Y tu marido, qué va a decir?
- Bueno, en realidad no va a decir nada, está en la playa con los niños.
Sus ojos se iluminaron mientras decía, “Gracias por tu hospitalidad, intentaré no ser una
molestia”. Aunque estoy segura de que él también conocía a Julio Cortazar.
Estuvimos paseando por el Retiro un largo rato, buscando los rincones más escondidos,
a momentos nuestras manos se rozaban, o me cogía del hombro, o nos parábamos y me
miraba con una mirada que me abrasaba por dentro. Hablamos y hablamos, reímos, nos
emocionamos, estaba feliz, me encontraba como una colegiala que va de la mano de su primer novio y está esperando el primer beso. Tomamos algo en una terraza y luego fuimos hasta O´Donell a coger un taxi.
Fuimos a casa, mi barrio de toda la vida según le fui contando. Al entrar en el portal y oler la
cotidianeidad de mi vida me paralicé, ¿pero qué estoy haciendo? Pensé ¿Es verdad que estoy metiendo a un extraño a dormir en mi casa? Lo siguiente que recuerdo es cómo mi dedo índice marcaba el 7 del ascensor. Me miró fijamente con unos ojos que me devoraban, cogió mi talle,me acercó a él y me besó. Su lengua recorrió mi boca, saboreando cada rincón, despacio, como si el tiempo se hubiese detenido en el ascensor, mi lengua, parada, esperaba sin reaccionar, pero mis labios se entreabrieron un poco más, dejándose hacer, que es una forma, como otra de hacer. Mis barreras estaban derrotadas.
Entramos en casa y después de acomodarse en la habitación de Juan, mi hijo mayor, le ofrecí
ducharse. “Gracias, me vendría muy bien” Preparé una toalla en el baño de los niños y me fui al salón. Me senté, respiré con profundidad y de nuevo las luchas volvieron a mi cabeza.
¿Cómo es posible que me atreva a serle infiel a Pedro, con lo mucho que le quiero? Sin
embargo, por algún motivo que aún hoy desconozco, sentía que esto no tenía nada que ver
con él, que infiel es aquel que no sigue hasta el final lo que cree que tiene que vivir en cada
momento, que la fidelidad es primero a sí mismo y que en el amor no se pueden poner las
estrechas barreras que solemos levantar los seres humanos. Yo tenía la impresión de que mi
amor por Pedro no se veía alterado en lo más mínimo por lo que pudiera pasar estos días, que
la fuerza y la pureza de mi amor también pasaba por yo ser más yo, para ser capaz de darme
Entonces apareció en la puerta con la toalla como única indumentaria. Su cuerpo era
musculoso, sus piernas denotaban deporte varios días en semana, sus abdominales marcados y su sonrisa invitaban a vivir. “Ven”, me dijo. Me levanté, me dirigí hacia él, le acaricié el pecho con mis dedos y le susurré: “Hazme tuya. Hoy las barreras han caído”
Mordisqueó mi oreja, mi cuello, mientras sus manos manoseaban mi culo estrujándome
contra su pene, completamente tieso. Metió sus manos por debajo de mi vestido, acarició
mis muslos, suspiró, se echó hacia atrás y me dijo: “desnúdate para mí”. Me desconcertó.
Recuerdo en una ocasión que lo hice para Pedro, me sentía rara, sobre todo porque mi cuerpo no me acaba de convencer y me daba vergüenza. Sin embargo, hoy, como en aquella ocasión, ver los ojos de deseo del hombre que tenía delante me animó a seguir.
Muy despacio me acaricié la cara, el cuello, me llevé las manos a las tetas, me pellizqué
levemente, pasé la lengua por mis labios, luego bajé por el talle, contoneando un poco las
caderas. Puse una pierna sobre su rodilla derecha me desabroché una sandalia, luego la otra.
Le oía respirar con fuerza, mientras la perpetua sonrisa de sus labios me animaba a seguir.
Me alejé un poco, me di la vuelta y me bajé las bragas, que recuerdo se las lancé para que las
recogiera al vuelo. Después me desaté el vestido del cuello y lo dejé caer hasta el suelo. Así
completamente desnuda, de espaldas a él, permanecí unos instantes, dejando que se recreara en mi espalda y mi culo. Me di la vuelta. Su cara era de éxtasis total, me miraba con ojos de deseo encarnado en mi cuerpo de mujer, de pasión irreverente, de amor absoluto.Se acercó diciendo, eres perfecta, eres increíble y maravillosa. Gozar de la visión de tu cuerpo
de mujer es suficiente para querer seguir viviendo, poder sentir su calor y recorrerlo con
mis manos y mis labios, basta para adentrarse un poco los misterios insondables del amor,
pero recibir tus caricias, tus miradas y tu sonrisa sobre mí, permite entender el sentido de la
Me cogió en brazos y me llevó hasta la habitación, me dejó en la cama, con las piernas en el suelo, me las abrió con suavidad y se acercó a besarme. El cuello, la
oreja, los labios. Su lengua jugando con la mía, la mía jugando con la suya, nerviosa. Le mordí un poco el labio. Buscó mis pezones a la vez que yo sentía el calor y la dureza de su polla contra mi vulva. Me chupó y me volvió a chupar. Su lengua trazaba pequeños círculos alrededor de mis tetas. Mis pezonesestaban duros, sus chupetones, lamidas y mordiscos me estaban poniendo a cien. Sus manos permanecieron acariciando mis tetas mientras su boca buscaba más abajo, mi vientre, mi ombligo, mi … Su lengua empezó a recrearse con mi coño, muy, muy despacio. No hay mañana para quien lo tiene hoy todo. Subí las piernas a la cama, él me agarró de las caderas, subió un poco mi culo y siguió lamiendo despacio, recorriendo todos los rincones de mi ser más íntimo.
Empecé a jadear un poco, me gustaba, me gustaba mucho, sentía pequeñas oleadas de placer, vibraciones eléctricas que acompañaban cada movimiento de su lengua.
-“Sí, sí, sigue, sigue, no te pares ahora” le pedí casi a gritos. Los orgasmos empezaban a llegar.
Él, como ajeno a todo, seguía surcando mi intimidad, abriendo en canal mi ser entero. Fue
entonces cuando noté su polla entrando en mí, como todo, muy despacio, muy despacio,
recreándose en cada sensación y cada estímulo. Era yo la que con ansia le pedía más y más.
Me cogió las piernas, las puso sobre sus hombros, y un mar de sensaciones llegó hasta mí.
Su polla, dura y fuerte, como todo su ser, entraba y salía con agilidad, pero sin ansia, su
penetración, profunda, parecía tocar el fondo de mis entrañas. Me corrí una vez, y creo que
dos, notaba sus huevos golpeándome con cada embestida.
Sin mediar palabra se tumbó en la cama, y casi en volandas me puso encima de él, su polla
me volvió a taladrar, pero ahora era yo quien mandaba, yo llevaba las riendas. Empecé a
moverme, cabalgando sobre él como una amazona que no tiene horizonte, mis movimientos
le agitaban más y más, el movimiento de mis tetas delante de sus ojos, mi mano acariciando
sus huevos y mis palabras, “quiero follarte, follarte y que te corras dentro de mí, que te corras
como nunca lo has hecho”, hacían que él poco a poco se empezase a mover también con ansia animal, con ganas de hombre en celo que busca su hembra. Me sentía libre, ligera, como si mi cuerpo y mi alma fuesen uno.
Un chorro cálido inundó mi interior, otro, y aún otro más. Creo que perdí la consciencia
tumbada sobre su pecho, sintiendo las caricias de sus dedos en mi espalda y sus palabras
cálidas en mis oídos.
Cuando me desperté, no estaba allí. Me levanté, fui a buscarlo a la habitación de Juan. Nada.
El comedor, la cocina, el baño. Nada. Ni un solo indicio de que lo que me decía mi memoria
hubiese sido real. Nada.
Fue entonces cuando vi la nota en la mesilla.
“Te espero cuando miremos al cielo de noche: tu aquí yo allí”
Mario Benedetti
Debemos este relato y sus fotos a FemmeFatale, que gentilmente lo ha enviado para publicar aquí.
Gracias por tu colaboración.
Un abrazo