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Su mensaje indicaba la fecha, hora, unas coordenadas geográficas y un escueto "Me encontrarás".
El día y hora señalados me presenté en el punto exacto tras recorrer el último tramo andando; intuyendo, más que viendo, el sendero que bajaba entre rocas y matotrales desde el monte hasta aquella playa
mediterránea en la que en el preciso instante en el que llegaba a mi destino, despuntaba el primer rayo de sol.
Desde el leve otero en el que fui citado mi vista abarca toda la arena en la que algunas siluetas aguardan el milagro diario, unas a solas, en pareja otras y los más en grupos variados, jóvenes la mayoría, y todas mirando en la misma dirección.
Sí, te encontré. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Ese primer rayo del día fue a dar directo al vestido que reconocería entres miles similares, sólo hube de seguirlo, y me llevó directamente a ti.
Ceñí tu cintura con mis brazos desde atrás y acercando mi boca a tu
oído, casi hasta rozar tu piel con mis labios, te susurré:
-Ya estoy aquí.
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hasta descubrir el hombro por completo al mismo tiempo que mis brazos abrazaban tu vientre, pegándome por completo a ti. Tus manos cubren las
mías, apretándolas y haciendo así más estrecho el abrazo. Mi deseo se incrusta entre tus nalgas, que lo reciben y atrapan aun con la fina tela por medio.
Mis labios se desplazan al otro lado del cuello, repitiendo la sucesión de besos que apartan la seda que cubre la de tu piel. Si no fuera por los diamantes que coronan tus pechos, que parecen
sujertarlo, el vestido habría caído dejándote desnuda ante mí. Nadie te habría visto. Todas las miradas están fijas en el áureo disco que nace de las mansas y ya refulgentes aguas.
Liberas mi abrazo, te giras y de un aleteo de tus manos abres tu vestido y me envuelves también en él. Giramos abrazados bajo la campana multicolor que nos cubre por completo. Siento ahora toda tu desnudez junto a mí, mis manos pasean por tus costados, de arriba abajo, desde las axilas, bordeando tu senos, tu cintura, tus caderas, llegando a tus muslos hasta donde alcanzan las yemas de mis diez dedos. Al subir se detienen en tu cintura, abrazándote mientras rodeas mi cuello y unimos nuestros labios que se encuentran y ávidos se beben sin lograr aplacar la sed y el ansia que se tienen, que nos tenemos.
De nuevo un gesto de tus manos vuela el vestido, convertido ahora en arco iris esférico, iglú luminoso que convierte y transforma las doradas saetas que crecen del mar en una orgía multicolor en la que flotamos.
Manteniendo nuestros labios unidos, nuestros cuerpos se dejan caer sobre el mullido colchón cubierto por tu seda, que acogedor nos recibe, desnudos ambos, piel con piel
Deposité un beso en tu cuello y otro y otro . .
...Continuará...
Alguien entre mis amables lectores/as se anima a continuar esta historia?
Con mucho gusto recibiré en erodisea@gmail.com el siguiente episodio, y lo subiré aquí enlazado al de tu casa.
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